Camino a casa

Hay que doblar en la próxima, te digo. Y mientras lo hago me acuerdo cuánto te molesta que haga de mapa copiloto mientras manejás. Pero me es inevitable, y ya lo sabés. Darme cuenta de que te estás por equivocar y no avisarte. Es que adivino tus movimientos, me los sé de memoria. Y te vas a equivocar.
 Seguimos derecho, obviamente porque jamás aceptás sugerencias mías y al rato, como quien no quiere la cosa, me preguntás por dónde era que había que ir. Y es que ya nos conocemos demasiado, no?
 ¿Alguna vez será demasiado? ¿Cuándo nos cansaremos de compartir todo y de adivinarnos hasta los suspiros? No recuerdo si alguna vez hubo la magia ante lo inesperado. Creo que siempre estuvimos conectados de esta manera especial y desmesurada. Esta manera que encierra dos almas en una misma burbuja indestructible.
Desde aquí la vida se ve distorsionada. Se curvan los bordes y el horizonte se me hace cercano. ¿Dónde está el resto de la gente? ¿Qué pasa más allá de este Sabor15 mental?
 Sé que el planeta está poblado, pero no los veo. Sé que uno subjetiviza todo al sentir, pero no siento. O no me reconozco.
 Cuando por fin retomaste sobre la calle principal, me contengo de avisarte que de esta mano hay que doblar antes, porque después se corta. Ya lo sabemos hace rato, cada vez que hacemos este camino pasa lo mismo. Parece una negación tuya o una obsesión mía, lo que sea... tardamos el doble por esto. Así que hoy no te aviso, me guardo el comentario por temor a ser una antipática rompebolas. Porque estoy cansada de lo mismo, siempre. 
 Te miro y el sol se coló por la ventanilla. Tenés canas, es la primera vez que las distingo. Te quedan bien.  Veo casas con jardines y pienso en ser una de estas mujeres sentadas en su galería, leyendo.
 El día está hermoso y de tanto frío el sol a través del parabrisas es una caricia en mi piel. Nunca voy a ser una señora en una galería. Eso me queda claro.
 Se escucha una melodía que no reconozco, es el auto de al lado. Hay una parejita discutiendo vaya a saber uno porqué. Y yo me siento tan alejada de todo eso.
 No puedo dejar de mirarte y con cierta sonrisa interna por supuesto, ver cómo das vueltas buscando por dónde retomar nuestro camino.
 Nunca pensé disfrutar tanto de estos errores cotidianos. Mientras doblás, y volvés a doblar en algún callejón olvidado, me dejo relajar totalmente reclinándome apenas en el sillón de la chatarra sobre ruedas.
 Me sonrío al verte, casi preocupado. ¿Estás por reirte, cierto? Y mientras pienso así, una sonrisa se dibuja en tu cara y me preguntás, una vez más, ¿cómo hacemos para salir de esto?
 Mi cerebro de mapa sabe que hay una forma simple en la próxima esquina, pero me hago la interesante y te digo que me dejes pensar...
 Me miraste sonriéndome, sabiendo que son mentiras, y nos fuimos a tomar un café, a uno de esos bares sobre la playa que tanto nos gustan, como antes, después de que yo te invitara, después de que me dijeras qué quiero a cambio de sacarte del laberinto, después de que nos miráramos como cómplices de la vida. Una vez más. Como hace tantos años.

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