Una definición más...

Qué otra cosa es el amor sino un exceso de tolerancia sobre lo que no te gusta, y la idea fija, casi daga inamovible de que, misteriosamente, algun día va a cambiar...?

Cinco minutos...

Cuando las nubes llegaban, sabía que algo iba a pasar. Todo se ponía distinto, cambiaba el color de las cosas, el sol no quemaba tanto y mamá lo dejaba jugar, advirtiéndole que faltaba poco para entrar.
-Chiqui, andá pensando que en cinco minutos nos vamos...
-Cinco minutos, pensaba... cinco minutos cuánto serán?
¿En cinco minutos me tomo un helado... o puedo hacer un castillo, ser un caballero y pelear con un dragón?
Y un palito encontrado era la espada mágica, la que podía conquistar tierras y vencer malvados sólo con mirarlos.
-A mamá no le gusta que juegue con cosas peligrosas, pensaba mientras juntaba más ramitas.
Pero esta espada es buena, se convencía mientras volvía a meditar sobre sus cinco minutos...
-Mamá, un minuto qué es? Un bichito amarillo?
-No amor... un minuto es un ratito de tiempo, como cuando cerrás los ojos y pensás en algo lindo
-¿Un minuto es un chocolate, o un caramelo...? así de lindo o más?
-Puede ser tan lindo como quieras.
Entonces pensó un rato y se convenció: un minuto era un helado de vainilla.
-Bueno chiqui, pensá que en cinco minutos nos vamos...
-Uy, cinco helados de vainilla?
Y saltando sonriente juntó los juguetes, dejó las ramitas, puso las hojas a un costado y terminó su castillo de arena... feliz y seguro de que esos cinco minutos serían los más ricos de su vida.

Abuela

Al pasar por su puerta siento sus quejidos. Y no creo que sean de dolor, sino de cansancio. Harta de la vida, de los recuerdos. Y es más fuerte que yo, no puedo ir y sentarme a conversar un rato con ella. Siempre fue difícil hablarle, estar a su lado... y ahora lo es más.
Mi abuela tuvo una vida difícil, no hay dudas, pero su temple, su presencia hablaban todo lo que sus labios callaban. Sentada en su sillón, viviendo su vida sin pedir nada de nadie, lista a ayudarnos.
Ya nos dijeron que sus quejidos son inconscientes, que no es que le duela algo ni que algo necesite de nosotros, pero es que cuando alguien va y se sienta a su lado, ella se calla y lo mira. Sonriendo, perdida la mirada en los ojos de su interlocutor eventual. Creo que nos reconoce, que sabe perfectamente que esta vejez se le está haciendo demasiado larga y que quizás crea que se merece algo mejor, una retirada tranquila.
Si pienso en las veces que habrá deseado morir, o que hubiera sentido yo en su lugar en esa vida que todavía no puedo poner en papel.
Pero no entrar a su habitación no pasa por mis sentimientos por ella, sino por la idea que ella genera en mi misma, sobre mi vida. Y es que su edad me hace darme cuenta que, con suerte, algún día voy a estar así de vieja, así de incapacitada de hacer lo que sigo soñando sin realizar... Y pienso, cuánto más voy a perder, a malgastar? La veo mirarme y tratar de gritarme con sus ojos celestes que me apure, que es mejor llegar con ganas de morirse que con necesidad de vivir.
Debe notar en mi mirada el freno atroz de mi alma, el cemento en mis pies, las paredes levantadas en mi cerebro... y me lo transmite con su mirada, o cuando sostiene mi mano con firmeza, como no dejándome ir.
Sé que tengo que visitarla, que los días que estoy en la casa y ni siquiera me asomo a su habitación me voy mal, con esa sensación de ser mala persona, pero es que es más fuerte que yo... Siempre fue difícil estar a su lado, ella te hace darte cuenta y que se te note bien claro, todo lo que sos y lo que no, lo que hacés y lo que resignás. Hace que todo se sienta crucial, y la vida un simple pasaje a no se dónde, una corta estadía sin retorno.
Nos dijeron que ya nada se puede hacer, que no tiene nada más que años, y vida sobre sus hombros, y lágrimas en sus ojos cansados. Y me pregunto si la razón por la que sigue por aca no será justamente esa: demostrarnos a todos lo que nos estamos perdiendo mientras jugamos a vivir sin darnos cuenta.

Eva


Lo veo sentado, oculto de las sombras que nos trae la noche. Los sonidos se hacen más fuertes y una brisa enfría nuestros cuerpos, hasta ayer calientes.
Nunca supimos si la manzana o la serpiente, pero definitivamente algo cambió.
El no me mira igual que antes, algo le molesta. Su voz denota cierto reproche permanente y no entiendo bien porqué. ¿Que fue culpa mia?. Nunca las cosas son de a uno. ¿Que pude haberlo evitado?. Puede ser. Pude. No sé si quería.
La noche nos gana el corazón y acurrucados debajo de una roca, pensamos en el sol que vendrá. ¿Vendrá? Temo que el castigo sea peor. Ya nos cubrimos el cuerpo, ya sabemos que tendremos que marchar por ese camino pedregoso por el que ni él ni yo queremos andar. Ya sabemos que llevamos un equipaje muy pesado. Que heredarán nuestros hijos, y sus hijos, y los de ellos también. Ya sabemos. Sabemos que algo hicimos aunque no entendemos bien qué.
Hay luna llena, veo sus ojos abiertos temerosos, nostálgicos de los días pasados cuando sólo éramos amigos disfrutando nuestro paraíso personal. Veo mi cuerpo, casi cubierto, deseoso de acercarse y sentir su calor. Al menos un rato, aunque no hablemos, ni nos miremos. Sólo para saber que está. Pero no. El anda por otras lunas, pensando en mañana. Yo estoy aca, queriendo ahora. Ya se ve que el castigo es ese, viajar juntos sin entendernos. Y todavía no entiendo bien qué fue lo que hicimos mal.

Camino a casa

Hay que doblar en la próxima, te digo. Y mientras lo hago me acuerdo cuánto te molesta que haga de mapa copiloto mientras manejás. Pero me es inevitable, y ya lo sabés. Darme cuenta de que te estás por equivocar y no avisarte. Es que adivino tus movimientos, me los sé de memoria. Y te vas a equivocar.
 Seguimos derecho, obviamente porque jamás aceptás sugerencias mías y al rato, como quien no quiere la cosa, me preguntás por dónde era que había que ir. Y es que ya nos conocemos demasiado, no?
 ¿Alguna vez será demasiado? ¿Cuándo nos cansaremos de compartir todo y de adivinarnos hasta los suspiros? No recuerdo si alguna vez hubo la magia ante lo inesperado. Creo que siempre estuvimos conectados de esta manera especial y desmesurada. Esta manera que encierra dos almas en una misma burbuja indestructible.
Desde aquí la vida se ve distorsionada. Se curvan los bordes y el horizonte se me hace cercano. ¿Dónde está el resto de la gente? ¿Qué pasa más allá de este Sabor15 mental?
 Sé que el planeta está poblado, pero no los veo. Sé que uno subjetiviza todo al sentir, pero no siento. O no me reconozco.
 Cuando por fin retomaste sobre la calle principal, me contengo de avisarte que de esta mano hay que doblar antes, porque después se corta. Ya lo sabemos hace rato, cada vez que hacemos este camino pasa lo mismo. Parece una negación tuya o una obsesión mía, lo que sea... tardamos el doble por esto. Así que hoy no te aviso, me guardo el comentario por temor a ser una antipática rompebolas. Porque estoy cansada de lo mismo, siempre. 
 Te miro y el sol se coló por la ventanilla. Tenés canas, es la primera vez que las distingo. Te quedan bien.  Veo casas con jardines y pienso en ser una de estas mujeres sentadas en su galería, leyendo.
 El día está hermoso y de tanto frío el sol a través del parabrisas es una caricia en mi piel. Nunca voy a ser una señora en una galería. Eso me queda claro.
 Se escucha una melodía que no reconozco, es el auto de al lado. Hay una parejita discutiendo vaya a saber uno porqué. Y yo me siento tan alejada de todo eso.
 No puedo dejar de mirarte y con cierta sonrisa interna por supuesto, ver cómo das vueltas buscando por dónde retomar nuestro camino.
 Nunca pensé disfrutar tanto de estos errores cotidianos. Mientras doblás, y volvés a doblar en algún callejón olvidado, me dejo relajar totalmente reclinándome apenas en el sillón de la chatarra sobre ruedas.
 Me sonrío al verte, casi preocupado. ¿Estás por reirte, cierto? Y mientras pienso así, una sonrisa se dibuja en tu cara y me preguntás, una vez más, ¿cómo hacemos para salir de esto?
 Mi cerebro de mapa sabe que hay una forma simple en la próxima esquina, pero me hago la interesante y te digo que me dejes pensar...
 Me miraste sonriéndome, sabiendo que son mentiras, y nos fuimos a tomar un café, a uno de esos bares sobre la playa que tanto nos gustan, como antes, después de que yo te invitara, después de que me dijeras qué quiero a cambio de sacarte del laberinto, después de que nos miráramos como cómplices de la vida. Una vez más. Como hace tantos años.

Otoño

 
Ella barre la vereda todos los días.
A la mañana y a la tarde, antes de que oscurezca y después de que las luces del alumbrado público decidan ayudarla en su tarea diaria.
Hojas secas, amarillas. De las que llenan la calle pegándose al piso si llueve o volando incansables si el viento seco del otoño se encapricha en llevárselas.
Ella barre y la vida parece pasar por esa escoba.
En pantuflas gastadas hacia fuera, medias gruesas oscuras, una pollera de paño y el saquito de siempre, prendido solo hasta el penúltimo botón, sale con su escoba plástica y empieza. Temprano.
Mientras espero el colectivo hacia el trabajo, el saludo acostumbrado... un –hola, cómo le va? Lo curioso es que las dos decimos lo mismo casi al mismo tiempo,  y yo no entiendo qué sentido tiene. Jamás pasamos de esa conversación. Y al terminar mis palabras, miro al horizonte, nada lejano, hasta la cuadra siguiente para ver si llega mi colectivo y me salva del silencio mortal de la no charla. Y ella, ensimismada en su mundo amarillo de hojas a barrer, retoma su ritmo inmediatamente.
Cabe aclarar que no sólo barre, sino que sale con una palita plástica y las levanta, depositándolas cuidadosamente en el contenedor de la basura, como para que no tapen el drenaje ni se vuelvan a volar eventualmente. El trabajo es completo.
Un día, después del clásico saludo, y viendo que el 128 no llegaba, no sé porqué decidí agregar: – qué frío que hace, no?.
Resultó que la señora, además, es sorda. Así que los próximos minutos los pasé repitiendo una y otra vez aquella estúpida frase, que estúpidamente se me ocurrió decir. Hasta que el ómnibus salvador llegó y rápidamente, luego de hacerle señas, me subí.
Ella sale todas las mañanas a barrer la vereda. Debe ser más joven de lo que aparenta, y su cuerpo delgado… y el cabello con algunos ruleros marcando el flequillo… más las pantuflas con las que también hace las compras... cualquier detalle la convierte en un personaje fantástico. Ella barre la vereda. Todas las mañanas quita las hojas que el otoño ya le robó a los árboles.
Y a veces me pregunto... qué hará esta mujer en verano?